viernes, 4 de enero de 2008

lo eres todo...



Ayer te encontré por la calle y me entraron unas ganas repentinas de saber de tu vida, sin embargo, algo me impidió acercarme hasta donde tú estabas, comportarme como si nada hubiera sucedido y establecer una conversación normal. Te observé un largo espacio de tiempo sin que tú te dieras cuenta o al menos fingías estar muy entretenido mirando el ‘Marca´.
Seguías igual que siempre; con tus pintas de rebelde de la vida, de intelectual incomprendido y tu facha de bohemio soñador que tanto me atrajo aquel día. Parecía que el tiempo no había pasado por ti, aunque créeme que con tus cuarenta y tantos se hace un poco ridículo tu filosofía de joven inconformista. Llega un momento en que pareces uno de esos hombres que se niegan a crecer o al menos a aceptar su edad y siguen viviendo en una ridícula y eterna adolescencia.
Pero allí estábamos los dos después de casi diez años sin saber el uno del otro . En un bar cualquiera, de una calle cualquiera de esta inhóspita ciudad tuvieron que juntarse de nuevo nuestros caminos.
No sé si yo habré cambiado mucho, si mi aspecto físico es muy diferente al de la niña de veintitrés años que tú conociste, el caso es que ni la mera curiosidad masculina de levantar la vista ante cualquier falda que se pase por delante, hizo que recayeras en mi presencia.Y es que quizás para ti sólo fuera una coquista más en tu apretada agenda, una aventurilla de dos meses con una veiteañera; una más sin nombre propio.!Qué diferentes se ven las cosas desde varios puntos de vista!. Tú en cambio para mí fuiste mi mayor conquista, aquella que, a pesar de los años y de las experiencias nunca se olvida; aquella que a pesar del daño y desengaño producido te hace temblar cada vez que la rememoras. A mis ojos casi adolescentes tú lo eras todo: un hombre maduro con unos ideales y con una forma de vivir que me deslumbraban. Era tu forma de hablar de la vida, el desengaño que de tus palabras se despendía, tu forma poética de mirar el mundo, tu aire de soñador despistado lo que me hizo fijarme en ti.
Tenía todas las de perder y lo sabía. Sabía que no podía cambiarte, que no podía hacer de ti un hombre medinamente reponsable, pero quise intentarlo. Eras mi maestro; me tratabas como tu alumna aventajada que ansiaba aprender de ti, para mí lo eras todo y llegaste a ser los ojos por los que yo miraba la vida.
Realmente estaba enamorada .Tú también me decías que me querías, que te había devuelto la ilusión de vivir de los veinte años, que a mi lado rejuvenecías...Aquellos dos meses fueron para mí el despertar de una vida vacía, el saborear cada uno de los días que pasaba junto a ti, oler todos aquellos aromas que por mi escasa sensibilidad, me habían sido prohibidos.
Y allí estabas hoy, cercano pero lejano, como si no nos conociéramos, como si no hubieramos compartido nada...Tú, precisamente que me enseñaste lo que es querer, que me enseñaste lo que significa la amistad, tú que me prometiste el sol, la luna y las estrellas...
Quizás pequé de inocente al creer todas aquellas palabras que de tu boca salían sin apenas esfuerzo y no me di cuenta de que no eran más que vacías promesas con las que embaucar a las niñas.
Lo que más me irrita es pensar que mientras para ti todo aquello sólo habrá quedado en una mera anécdota que contar a tus amigos, yo, a día de hoy, aquí sigo intentando impregnarme del bálsamo del olvido para cicatrizar esa herida que tanto me ha marcado.Tú, leyendo en el periódico la última derrota del Real Madrid y yo, a tu lado, conteniendo las lágrimas que tanto me escuecen. Me hubiera gustado acercarme a ti, preguntarte cómo te había ido la vida, si por fin habías encontrado a ‘tu querida pricesa´, pero no lo hice por miedo a ser testigo de tu olvido y acabar reprochándote cómo habías sido tan cabrón conmigo. Así que opté por permanecer a tu lado, observándote en silecio como siempre solía hacer. No había más posibilidades que someterme a los dictados del destino y simular que era lo suficientemente fuerte como para mantener una sonrisilla hipócrita. En realidad nada había cambiado; estabas igual que cuando te conicí. Y yo... Yo pasando de puntillas por esta vida que me ha tocado vivir y amparándome en los buenos recuerdos del pasado que me ayudan a pasar más rápido mi presente. Nadie me advirtió que la vida era injusta y no me quedó más remedio que observar, asumiendo mi derrota cómo tu mirada, tu sonrisa y un beso fue a parar en aquella chica que se sentó a tu lado y que fue la única que consiguió que elevaras tu mirada del periódico.

No hay comentarios: